Poemas de César Vallejo

                                                                     Trilce (vanguardismo)

Hay un lugar que yo me sé 
en este mundo, nada menos, 
adonde nunca llegaremos. 

Donde, aun si nuestro pie 
llegase a dar por un instante 
será, en verdad, como no estarse. 

Es ese sitio que se ve 
a cada rato en esta vida, 
andando, andando de uno en fila. 

Más acá de mí mismo y de 
mi par de yemas, lo he entrevisto 
siempre lejos de los destinos. 

Ya podéis iros a pie 
o a puro sentimiento en pelo, 
que a él no arriban ni los sellos. 

El horizonte color té 
se muere por colonizarle 
para su gran Cualquiera parte. 

Mas el lugar que yo me sé, 
en este mundo, nada menos, 
hombreado va con los reversos. 

?Cerrad aquella puerta que 
está entreabierta en las entrañas 
de ese espejo. ?¿Está?? No; su hermana. 

?No se puede cerrar. No se 
puede llegar nunca a aquel sitio 
do van en rama los pestillos. 

Tal es el lugar que yo me sé.


Los Heraldos Negros (Modernismo)

Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!




Son pocos; pero son... Abren zanjas obscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.


Son las caídas hondas de los Cristos del alma,

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.


Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé! 


Masa 
España ,aparta de mi este cáliz (Humanismo)

Al fin de la batalla,
y muerto ya el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
"No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate, hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...



Piedra Negra sobre Piedra Blanca

                                                        Me moriré en París con aguacero,
                                                       un día del cual tengo ya el recuerdo.
                                                       Me moriré en París -y no me corro-
                                                    tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
                                                  Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
                                                    estos versos, los húmeros me he puesto
                                                  a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
                                                       con todo mi camino, a verme solo.
                                                    César Vallejo ha muerto, le pegaban
                                                         todos sin que él les haga nada;
                                                       le daban duro con un palo y duro
                                                      también con una soga; son testigos
                                                    los días jueves y los huesos húmeros,
                                                       la soledad, la lluvia, los caminos... 





Amor Prohibido

Subes centelleante de labios y de ojeras! 
Por tus venas subo, como un can herido 
que busca el refugio de blandas aceras. 

Amor, en el mundo tú eres un pecado! 
Mi beso en la punta chispeante del cuerno 
del diablo; mi beso que es credo sagrado! 

Espíritu en el horópter que pasa 
¡puro en su blasfemia! 
¡el corazón que engendra al cerebro! 
que pasa hacia el tuyo, por mi barro triste. 
¡Platónico estambre 
que existe en el cáliz donde tu alma existe! 

¿Algún penitente silencio siniestro? 
¿Tú acaso lo escuchas? Inocente flor! 
... Y saber que donde no hay un Padrenuestro, 
el Amor es un Cristo pecador!





Comunión


Linda Regia! Tus venas son fermentos 
de mi no ser antiguo y del champaña 
negro de mi vivir! 

tu cabello es la ignota raicilla 
del árbol de mi vid. 
tu cabello es la hilacha de una mitra 
de ensueño que perdí! 

Tu cuerpo es la espumante escaramuza 
de un rosado Jordán; 
y ondea, como un látigo beatífico 
que humillara a la víbora del mal! 

Tus brazos dan la sed de lo infinito, 
con sus castas hespérides de luz, 
cual dos blancos caminos redentores, 
dos arranques murientes de una cruz. 
Y están plasmados en la sangre invicta 
de mi imposible azul! 

Tus pies son dos heráldicas alondras 
que eternamente llegan de mi ayer! 
Linda Regia! Tus pies son las dos lágrimas 
que al bajar del Espíritu ahogué, 
un Domingo de Ramos que entré al Mundo, 
ya lejos para siempre de Belén!




Bordas de Hielo


Vengo a verte pasar todos los días, 
vaporcito encantado siempre lejos... 
Tus ojos son dos rubios capitanes; 
tu labio es un brevísimo pañuelo 
rojo que ondea en un adiós de sangre! 

Vengo a verte pasar; hasta que un día, 
embriagada de tiempo y de crueldad, 
vaporcito encantado siempre lejos, 
la estrella de la tarde partirá! 

Las jarcias; vientos que traicionan; vientos 
de mujer que pasó! 
Tus fríos capitanes darán orden; 
y quien habrá partido seré yo...!





España, aparta de mí este cáliz

Niños del mundo, 
si cae España ?digo, es un decir? 
si cae 
del cielo abajo su antebrazo que asen, 
en cabestro, dos láminas terrestres; 
niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas! 
¡qué temprano en el sol lo que os decía! 
¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano! 
¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno! 

¡Niños del mundo, está 
la madre España con su vientre a cuestas; 
está nuestra madre con sus férulas, 
está madre y maestra, 
cruz y madera, porque os dio la altura, 
vértigo y división y suma, niños; 
está con ella, padres procesales! 

Si cae ?digo, es un decir? si cae 
España, de la tierra para abajo, 
niños ¡cómo vais a cesar de crecer! 
¡cómo va a castigar el año al mes! 
¡cómo van a quedarse en diez los dientes, 
en palote el diptongo, la medalla en llanto! 
¡Cómo va el corderillo a continuar 
atado por la pata al gran tintero! 
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto 
hasta la letra en que nació la pena! 

Niños, 
hijos de los guerreros, entre tanto, 
bajad la voz que España está ahora mismo repartiendo 
la energía entre el reino animal, 
las florecillas, los cometas y los hombres. 
¡Bajad la voz, que está 
en su rigor, que es grande, sin saber 
qué hacer, y está en su mano 
la calavera, aquella de la trenza; 
la calavera, aquella de la vida! 

¡Bajad la voz, os digo; 
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto 
de la materia y el rumor menos de las pirámides, y aun 
el de las sienes que andan con dos piedras! 
¡Bajad el aliento, y si 
el antebrazo baja, 
si las férulas suenan, si es la noche, 
si el cielo cabe en dos limbos terrestres, 
si hay ruido en el sonido de las puertas, 
si tardo, 
si no veis a nadie, si os asustan 
los lápices sin punta, si la madre 
España cae ?digo, es un decir?, 
salid, niños, del mundo; id a buscarla!...





La copa negra


La noche es una copa de mal. Un silbo agudo 
del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler. 
Oye, tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste, 
la onda aún es negra y me hace aún arder? 

La tierra tiene bordes de féretro en la sombra. 
Oye, tú, mujerzuela, no vayas a volver. 

Mi carne nada, nada 
en la copa de sombra que me hace aún doler; 
mi carne nada en ella 
como en un pantanoso corazón de mujer. 

Ascua astral... He sentido 
secos roces de arcilla 
sobre mi loto diáfano caer. 
¡Ah, mujer! Por ti existe 
la carne hecha de instinto. ¡Ah, mujer! 

Por eso ¡oh negro cáliz! aun cuando ya te fuiste, 
me ahogo con el polvo 
¡y piafan en mis carnes más ganas de beber!



El poeta a su amada


Amada, en esta noche tú te has crucificado 
sobre los dos maderos curvados de mi beso; 
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado, 
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso. 

En esta noche clara que tanto me has mirado, 
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso. 
En esta noche de setiembre se ha oficiado 
mi segunda caída y el más humano beso. 

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos; 
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura; 
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos. 

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos; 
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura 
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.





Hoy me gusta la vida mucho menos ...


Hoy me gusta la vida mucho menos, 
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía. 
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve 
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra. 

Hoy me palpo el mentón en retirada 
y en estos momentáneos pantalones yo me digo: 
¡Tánta vida y jamás! 
¡Tántos años y siempre mis semanas!... 
Mis padres enterrados con su piedra 
y su triste estirón que no ha acabado; 
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos, 
y, en fin, mi ser parado y en chaleco. 

Me gusta la vida enormemente 
pero, desde luego, 
con mi muerte querida y mi café 
y viendo los castaños frondosos de París 
y diciendo: 
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla... Y repitiendo: 
¡Tánta vida y jamás me falla la tonada! 
¡Tántos años y siempre, siempre, siempre! 

Dije chaleco, dije 
todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar. 
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado 
y está bien y está mal haber mirado 
de abajo para arriba mi organismo. 

Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga, 
porque, como iba diciendo y lo repito, 
¡tánta vida y jamás! ¡Y tántos años, 
y siempre, mucho siempre, siempre, siempre!





Para el alma imposible  de mi amada


Amada: no has querido plasmarte jamás 
como lo ha pensado mi divino amor. 
Quédate en la hostia, 
ciega e impalpable, 
como existe Dios. 

Si he cantado mucho, he llorado más 
por ti ¡oh mi parábola excelsa de amor! 
Quédate en el seso, 
y en el mito inmenso 
de mi corazón! 

Es la fe, la fragua donde yo quemé 
el terroso hierro de tanta mujer; 
y en un yunque impío te quise pulir. 
Quédate en la eterna 
nebulosa, ahí, 
en la multicencia de un dulce no ser. 

Y si no has querido plasmarte jamás 
en mi metafísica emoción de amor, 
deja que me azote, 
como un pecador.





Los dados eternos


Para Manuel González Prada esta
emoción bravía y selecta, una de
las que, con más entusiasmo me
ha aplaudido el gran maestro.





Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado...
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, oscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura.





Verano


Verano, ya me voy. Y me dan pena 
las manitas sumisas de tus tardes. 
Llegas devotamente; llegas viejo; 
y ya no encontrarás en mi alma a nadie. 

Verano! Y pasarás por mis balcones 
con gran rosario de amatistas y oros, 
como un obispo triste que llegara 
de lejos a buscar y bendecir 
los rotos aros de unos muertos novios. 

Verano, ya me voy. Allá, en setiembre 
tengo una rosa que te encargo mucho; 
la regarás de agua bendita todos 
los días de pecado y de sepulcro. 

Si a fuerza de llorar el mausoleo, 
con luz de fe su mármol aletea, 
levanta en alto tu responso, y pide 
a Dios que siga para siempre muerta. 
Todo ha de ser ya tarde; 
y tú no encontrarás en mi alma a nadie. 

Ya no llores, Verano! En aquel surco 
muere una rosa que renace mucho...





Yeso


Silencio. Aquí se ha hecho ya de noche, 
ya tras del cementerio se fue el sol; 
aquí se está llorando a mil pupilas: 
no vuelvas; ya murió mi corazón. 
Silencio. Aquí ya todo está vestido 
de dolor riguroso; y arde apenas, 
como un mal kerosene, esta pasión. 

Primavera vendrá. Cantarás «Eva» 
desde un minuto horizontal, desde un 
hornillo en que arderán los nardos de Eros. 
¡Forja allí tu perdón para el poeta, 
que ha de dolerme aún, 
como clavo que cierra un ataúd! 

Mas... una noche de lirismo, tu 
buen seno, tu mar rojo 
se azotará con olas de quince años, 
al ver lejos, aviado con recuerdos 
mi corsario bajel, mi ingratitud. 

Después, tu manzanar, tu labio dándose, 
y que se aja por mí por la vez última, 
y que muere sangriento de amar mucho, 
como un croquis pagano de Jesús. 

Amada! Y cantarás; 
y ha de vibrar el femenino en mi alma, 
como en una enlutada catedral.




Ágape

Hoy no ha venido nadie a preguntar; 
ni me han pedido en esta tarde nada. 

No he visto ni una flor de cementerio 
en tan alegre procesión de luces. 
Perdóname, Señor: qué poco he muerto! 

En esta tarde todos, todos pasan 
sin preguntarme ni pedirme nada. 

Y no sé qué se olvidan y se queda 
mal en mis manos, como cosa ajena. 

He salido a la puerta, 
y me da ganas de gritar a todos: 
Si echan de menos algo, aquí se queda! 

Porque en todas las tardes de esta vida, 
yo no sé con qué puertas dan a un rostro, 
y algo ajeno se toma el alma mía. 

Hoy no ha venido nadie; 
y hoy he muerto qué poco en esta tarde!

Avestruz

Melancolía, saca tu dulce pico ya; 
no cebes tus ayunos en mis trigos de luz. 
Melancolía, basta! Cuál beben tus puñales 
la sangre que extrajera mi sanguijuela azul! 

No acabes el maná de mujer que ha bajado; 
yo quiero que de él nazca mañana alguna cruz, 
mañana que no tenga yo a quién volver los ojos, 
cuando abra su gran O de burla el ataúd. 

Mi corazón es tiesto regado de amargura; 
hay otros viejos pájaros que pastan dentro de él... 
Melancolía, deja de secarme la vida, 
y desnuda tu labio de mujer...!

Ausente

Ausente! La mañana en que me vaya 
más lejos de lo lejos, al Misterio, 
como siguiendo inevitable raya, 
tus pies resbalarán al cementerio. 

Ausente! La mañana en que a la playa 
del mar de sombra y del callado imperio, 
como un pájaro lúgubre me vaya, 
será el blanco panteón tu cautiverio. 

Se habrá hecho de noche en tus miradas; 
y sufrirás, y tomarás entonces 
penitentes blancuras laceradas. 

Ausente! Y en tus propios sufrimientos 
ha de cruzar entre un llorar de bronces 
una jauría de remordimientos!